FELICIDADES, AMOR


Elisa se quitó el abrigo. Dejó sobre la mesa el paquete que llevaba y se adentró en la pequeña sala contigua a la cocina. Marcos no estaba en casa. Al sentirla llegar, la péquela Ginebra había maullado en señal de protesta. Elisa recordó que, antes de irse, se olvidó de ponerle el plato de comida, pero la gata estaba gorda y podía esperar. Se descalzó y, al verse desnudos los pies, recordó cómo él se los había mordisqueado esa misma mañana. ¿Dónde estará a estas horas?, se prguntó impaciente. Eran más de las dos y el potaje esperaba, caliente, en la cocina. No había salido sino una media hora, más o menos. Urgía localizar un regalo adecuado para celebrar el aniversario de su unión y ya tenía en objeto que creyó adecuado. Marcos era un tanto especial y ella no quería equivocarse. Espero que le guste, se dijo, y prosiguió quitándose la ropa. Se quedó semidesnuda. Por el delicado escote de aquel sujetador que, en transparencia, mostraba sus dos senos abultados, apareció una mancha, todavía rojiza. Ya se pondrá morada, imaginó, esbozando una sonrisa de júbilo: se lo había hecho Marcos con un dulcísimo y a la vez enérgico chupetón, después de haber lamido con avidez sus pezones e incluso pellizcado la parte más abombada de su vientre, en tanto le explicaba que aquella semicurva en su perfil le excitaba muchísimo. Se humedeció al recordar la escena. Puso ambas manos bajo sus brazos y, de un solo movimiento, se desprendió de la prenda juvenil que aún quedaba en su cuerpo.    
- Espero que no tarde. Sería inimaginable que, justamente hoy, no viniera a comer. Casi desesperante, hasta el punto de hacerme pensar cosas que… no, no creo…    
Y continuó mirándose en el espejo de un mueble que, ya antiguo, decoraba con ajada hermosura el rincón de la sala.    
- Sabe que estoy nerviosa y que pienso mil cosas indecentes y que, a estas horas, debe ya estar en casa…    
Dejó sobre la chaise-longue el artilugio y se quitó las bragas. Marcos le había dicho que, al volver, deseaba encontrarla desnuda. No hacía frío ese invierno y respondió que sí. A Marcos le gustaba llegar y ver el objeto de su lujuria, y a ella, cómo no, le encantaba que al joven se le notara el sexo que, cada vez más abultado, la ponía cachonda. Era una dulce forma de mostrarle el amor que le profesaba. Ya desnuda, se palpó entre las piernas y notó lo que tantísimas veces le había dicho Marcos, su sexo estaba ardiendo y una estrepitosa humedad franqueaba la zona terminal de su vagina.    
Llamaron a la puerta. No sería su amor. Marcos llevaba llave y no solía olvidarla jamás. Se dispuso a abrir y, una vez en la puerta, miró enternecida. Pero no era él. Una mujer de negro la esperaba risueña frente al quicio.    
- Hola, es una grata sorpresa, la verdad… No te esperaba así.    
Carmen descerrajó una sonrisa, casi de oreja a oreja. Elisa, algo azarada, suspiró:     
- Ya ves, esperaba a Marcos, pero pasa. ¿Cómo te van las cosas?     
- Hasta hace poco, me iba todo bien, ya sabes, a Lucía le dio un no sé qué de cotidianeidad y aquí me tienes.      
- Siéntate, ¿te apetece una copa de oloroso?    
- De acuerdo. Y a ti, ¿cómo te va con Marcos?        
- De maravilla, Carmen, justamente estaba desnuda porque hoy celebramos nuestro tercer año de amantes e íbamos a festejarlo. Pero ni se te ocurra cortarte. Será una fiesta a tres.     
Carmen se inclinó, miró hacia la silla, casi cama, que, situada al lado del sillón, serviría, descuidada, de repisa a las prendas que Elisa había dejado al desnudarse.      
- Bonitas bragas, sigues usando prendas negras, igual que en nuestros tiempos.     
- Siempre las usé así; ya sabes, Carmen, que el negro es mi color favorito...     
- Yo, en cambio, recuerda,no uso bragas y, en cuanto al sujetador, sigo llevándolo del color de la arena.    
- ¿Por qué no te pones cómoda?      
- Elisa, ¿estás segura de que a Marcos le gustará que me quede? No me conoce y no sé si, así, tan de repente y siendo como es vuestro aniversario… Porque a ti, ya lo sé, estas pequeñas cosas siempre te importaron un bledo.      
- ¡Anda! ¿Y desde cuándo a Carmen le da tantísimas vueltas el cerebro? ¿O se te olvidó cuando nos calzamos al poeta en aquella especie de simposio , donde a nadie parecía importarle la literatura? Aún recuerdo cómo se le empinó. Parecía tan tímido y, de repente, entró tanto en materia que casi tuvimos que frenarlo.     
- Pero imagino que Marcos será distinto. Me dijeron que es serio, intelectual y un pedazo de poeta.     
- Pues justamente por eso. Respeta la hermandad entre personas y, en cuanto a la belleza, con lo buenas que estamos, ¿tú qué crees? Nos follará a las dos, no tengas duda.   
- Entonces, decidido. Voy a quedarme desnuda. Oye, ¿por qué no quemamos algo de alhucema o incienso…?     
- Caramba, Carmen, es lo ideal; a él le encanta ese olor. Esta mañana fuimos al mercado y parecía un gato, oliendo el tenderete donde siempre compramos esas cosas. Ah, y ni se te ocurra lavarte: le gusta oler a hembra.      
- Pues conmigo no va a tener queja, porque cuando me excito hasta tú te volvías como loca.     
- Espera unos instantes. Mientras tú te desnudas, voy a servir la mesa y así no perdemos más tiempo. Marcos va a llegar de un momento a otro, sé que le hará ilusión si le pido que rememore aquello de Portero di notte. Pon música cuando acabes, la cadena está ahí, en ese mueble, y sírvete una copa, que así entrarás en calor, aunque creo que no te hace falta.     
Carmen dejó al lado de la ropa de Elisa el sujetador, el resto de la ropa lo apartó disimuladamente en un rincón, fuera de una mirada a simple vista.      
Se escuchó una canción de los Beatles. La gata volvió a emitir su lastimero maullido y se escuchó, por fin, el ruidito agresivo de una llave que forzaba la puerta. La humedad de la casa había hinchado la madera y requería su esfuerzo conseguir que rodase aquel metal, algo torcido ya de tanta maniobra.     
- Tigresa, estoy aquí y no veas cómo vengo. Te morderé el coño hasta hacerte parir.     
Se quitó la chaqueta y la arrojó sobre la mesa de cristal que, en el patio, rodeado de potos , bajo una montera transparente dejaba en tornasol la entrada del salón. Se desabrochó el cinturón e hizo sonar un chasquido, como de látigo, contra las rojas baldosas que, oteadas de escudos, llegaban hasta el blanco escalón de mármol. Elisa esperaba adentro. Él se quitó el pantalón, dejándolo caer al suelo. Elisa y Carmen, en absoluto silencio, esperaban su entrada.     
- Coño, joder –exclamó-, esto no me lo esperaba. La hostia, esto es baudeleriano, Elisa, eres satánica, cielos…      
Y siguió profiriendo jaculatorias por el estilo, no sin muestras del júbilo que, al mismo tiempo, elevaba la parte más blanca de su perenne paño de pureza. A Marcos no le gustaban aquellos calzoncillos de los jóvenes, llenos de colorines y sin bragueta. Se acercó adonde estaban y las besó en la boca. Elisa se incorporó y, haciendo un movimiento insinuante, le bajó el slip y dejó al descubierto su miembro. Carmen le hizo ademán de que se dirigiese a ella y le indicó que se arrodillase a sus pies. Lentamente, le desanudó la corbata y fue desabrochándole la camisa.      
Marcos puso sus manos en los pechos de Carmen, mientras Elisa, situándose a su espalda, le acariciaba el cabello y le lamía la nuca. El disco, en la cadena, llegaba a su final y Ginebra trepaba por la malla del trastero, en la planta superior.       
- Que se fastidie un rato –pensó Elisa-, las cosas guardan un orden de valores y ahora me toca a mí, gatita. Jamás la había descuidado, pero a Marcos no le gustaba que el animal interfiriera en ciertas actividades y Elisa, por su parte, no quería contrariarlo ni desaprovechar la fuerza de ese momento incendiario de su carne. Se arrodilló detrás de su amante y le agarró el miembro con ambas manos. Marcos se abalanzó contra Carmen y comenzó a morderle los pezones. Ésta levantó sus brazos y consiguió llegar a la mesa redonda que se hallaba delante del sillón y, sin tropezar con la cabeza de Elisa, acercarse la copa de vino que se había servido. La inclinó levemente y dejó caer unas gotas sobre el poblado pecho de Marcos. Luego, con avidez, fue lavando el reguero con su lengua. Se incorporó después y besó a su amiga en los labios. Marcos se puso al rojo y, agarrando a Carmen por el sexo, le dijo a Elisa:      
- Cariño, tú ya sabes que el camino más corto es por Sodoma, así que, si quieres que pase al comedor, penétrame y muérdeme en mitad de la espalda. Ya conoces lo que vendrá después e imagino que quieres, si no me equivoco, que os dé de comer. La mesa nos espera. ¿Has traído la nata que te encargué?    
- En efecto, Marcos.      
Suspiró, entrecortada, Elisa, al tiempo que metía su dedo corazón en el culo de Marcos.       
- Y otra cosa, amor mío, te he comprado aquel dildo que comentaste anoche en la cama…    

© Ruth Cañizares, 2011