REFRIGERIO



Ella estaba de pie y él, frente a ella, la miraba encendido de deseo. Iba a decirle que se desnudara y así, desde el sillón, contemplar el espectáculo de su cuerpo irrumpiendo de los vestidos, pero estaba tan excitado que decidió quitarle los vestidos él mismo y se puso de pie, se acercó lentamente, apretó sus caderas con ambas manos y, atrayéndola a sí, la besó. Luego, alentado por el resuello de la mujer, sin dejar de besarla y mordisquearle el cuello, desabrochó la blusa y, liberando los senos, lamió, chupó, mordió y aprovechó un escorzo involuntario para dejarla semidesnuda y desembarazarse, seguidamente, de la amplia falda.
Qué magnífico panorama, pensó. Ella tenía los pechos al aire, exhibiendo los dos pezones puntiagudos y enrojecidos, que prometían y reclamaban placer. Las bragas, negras, hasta la cintura y, ciñéndose a ésta, un liguero, cuyos artilugios mantenían a raya un par de medias finas, negras también. Y qué piernas, siguió pensando, mientras ponía los ojos en el engarce de las dos, donde un bulto redondo y gordezuelo vertía por el filo de la prenda más íntima unos flecos bastante tupidos de pelo oscuro. Instintivamente, miró hacia arriba y vio que las axilas desplegaban también una gran pelambrera.
La verga le estallaba y se quitó el pantalón y los calzoncillos para que ella la viese. ¡Chúpala!, dijo, y ella obedeció, metiéndosela entera en la boca, hasta casi hacerla desaparecer.
Iba a correrse, pero se contuvo. Hay que medir las fuerzas y prolongar el goce, apuntó silencioso; y, sin dejar de tocarla, alargó la mano hasta un mueble contiguo, agarró una botella que había a la sazón y, tras abrirla y aspirar el aroma del excelente vino que contenía, lo vertió lentamente sobre los pechos, primero, y el vientre, después, de su compañera, para aplicar la lengua a continuación y beberse aquel caldo.
Ella, al sentir en la piel su frialdad, se encogió y estiró varias veces, exhibiendo en su carne de gallina no solamente la temperatura del líquido sino también, a juzgar por sus gritos y estertores, que el listón se ponía mucho más alto. Él lo advirtió enseguida y no quiso dejar en saco roto la tácita insinuación: le separó las piernas y, descendiendo por el abdomen de su pareja, le engulló el coño con voracidad y lo estuvo chupando hasta que los jadeos se fueron acelerando, camino del clímax. Entonces, separó su cabeza de la abierta entrepierna de ella y, girándole el cuerpo, la penetró por detrás. Un arroyo de esperma cerró la sesión.
.
© Jacobo Fabiani, 2008.-