NO SÉ LO QUE ME PASA (fragmento de memorias)



Se metía en la cama y, sin mediar palabra, se avalanzaba sobre mí, emitiendo a lo sumo una especie de gruñido, que dejaba bien claras sus intenciones. Yo, sabedora de lo que iba a ocurrir, lo esperaba completamente desnuda, pues Renán era de ésos que no pierden el tiempo en preparativos y no porque ignorase a su compañera de juegos, sino porque, seguro de sí, estaba convencido de sus habilidades, creyendo irresistible su proceder. Lo importante –afirmaba con cierta petulancia- es que te corras aunque no quieras. El sexo, para él, contenía más magia que ciencia y, desde luego, no le faltaba razón. Ahora, a los dos años de su partida, recuerdo los momentos deliciosos que pasé junto a él y, sin hacer nada por evitarlo, maldigo a aquella rubia, Matilde, por la que me cambió.
Lo confieso: me duele imaginarla totalmente desnuda, mientras Renán, desnudo y empalmado, se desliza entre las sábanas y, girándose a gran velocidad, se emplaza entre sus piernas y la penetra. Luego, ocupada la fortaleza, colocará una mano debajo de la cintura de ella y la otra, ay, esa izquierda destrísima, reptará por debajo del muslo correspondiente y, al ascenderlo hasta hacerle rozar el vientre con la rodilla, la forzara a subir la contraría, en tanto con sus brazos mantiene esa postura. De esta manera, el coño mengua su longitud y procura a la polla mayor contundencia, mientras los dedos hurgan en los labios o, traviesos, se adentran en el culo.
Bueno, que le aproveche, como a mí hubo de aprovecharme aquel derroche suyo de facultades y, sobre todo, de imaginación, pues lo que a mí me sacaba de quicio no era la destreza de su pene ni su tamaño ni acometividad, sino las situaciones a que me transportaba con el relato, casi radiofónico, de lo que estaba haciendo y, por supuesto, de lo que ocurriría sin remedio.
Qué voz, la de aquel hombre, y cómo manejaba timbre y tono, transmitiendo el estado de su instrumento y acompasándolo con sus propias extremidades, que utilizaba como ligaduras, tanto más apretadas cuanto mayor el brío de su cintura, golpeando furiosamente las paredes de mi vagina. Entonces, percibiendo mi excitación, aminoraba el ritmo y con la boca me obsequiaba el cuello o mordía con saña mis pezones y, como me quejara, acercaba los labios a la oreja y, tras mordisquearlas y lamerlas, comenzaba la emisión.
Me gusta verte así –susurraba-, eso, eso, vas a mojar la cama con tanta pringue, qué placer, tía, vas a lograr que me corra sin rematar la faena. Y seguía: no es justo que desperdiciemos todo ese aceite, ay, te la voy a sacar, sí, porque a mí no me gusta que el coño esté tan húmedo, prefiero que me oponga resistencia, escocértelo, desgarrártelo... te gusta, ¡ya lo creo!
Y, volviendo a la acción, me sacaba la verga y, contrayéndose rápidamente, te voy a comer ese coño empapado –decía- y ocupaba la lengua en este menester, recorriendo deliciosamente cada uno de los pliegues de aquel pastel que se derretía.
Iba a correrme yo y el muy taimado, que debió advertirlo, se retiró. Y agarrando la verga, la acarició provocadoramente, golpeándome el clítoris con ella de vez en cuando: A ver –dijo, con voz melosa- vas a subir las piernas, como antes, porque voy a metértela hasta la empuñadura.
Yo, que estaba caliente, hice lo que pedía, de manera que, en una fracción de segundo, me hallaba a su meced con las piernas abiertas y ofreciéndole el coño, que se moría de ganas. Tanto, que ni siquiera reparé en su silencio ni en la torva mirada con que medía el terreno. Se arrojó sobre mí, me restregó su miembro por la vulva e hizo ademán de tomar impulso para entrar en mi cuerpo y lo hizo, vaya si lo hizo: aprovechando el flujo que inundaba mis parte bajas, había lubricado su pene en sucesivos roces y me sodomizó.
Al sentirlo en mi culo, una nueva y extraña sensación me invadió. Ahora pienso en Matilde y un enorme coraje se mezcla con la voluptuosidad de mis ensoñaciones. Veo a Matilde, la rubia Matilde, enculada por ese sátiro de Renán, que entra y sale por sus cuartos traseros, excitado por las convulsiones de la mujer y los gritos que, inequívocamente, dan fe de su contento. No sabe qué le ocurre. El falo de su amigo fricciona las paredes del reducto prohibido, produciéndole daño y una rara delectación. Quiere correrse, pero no alcanza el clímax, pues clavada a la estaca que la mata de goce y reducida por la felexión de sus piernas, no tiene acceso al clítoris, comprimido además por la vejiga y unas enormes ganas de orinar.
¿Te gusta, guarra? –ésta es la frase favorita de mi antiguo amante- Pues prepárate –sigue-, porque voy a hacerte la batidora. Y comienza a moverse en el cuerpo de ella, imprimiéndole al pene un efecto circular, suave en la punta y más intenso en la base, de manera que el ano se irrita, se inflama y amenaza con estallar. Los gemidos de Matilde se convierten en gritos, los gritos en aullidos; va a correrse y Renán agarra nuevamente el imaginario micrófono y transmite: Así, así, ahora más despacio, eso es; mueve el ojo del culo como si te estuvieras cagando y trataras de retener las heces, eso es, eso... y ahora más deprisa, más, más, ¡muévete puta! Y los dos aceleran el ritmo de la cópula y estallan al unísono.
Yo también me he corrido. Me masturbo frecuentemente cuando pienso en Renán y a mi memoria acuden las imágenes de tan altos placeres. Me he bajado las bragas y abriendo bien las piernas, como a él le gustaba, mis dedos descendieron hasta el coño y allí el índice, mucho más experto, ha insistido en el punto sensible. Me parece escuchar aquella voz caliente: quiero que te sobes los muslos por adentro, eso, pellízcalos; y mírame la polla, que ya no aguanto más, que me muero contigo.No sé lo que me pasa.

© Jacobo Fabiani, 2008.-