EL ESPEJO PÚRPURA



-No, no, para ya por favor…
Era la jadeante frase que mojaba su sueño.
Él estaba aún erecto. Había controlado con eficacia su eyaculación, para ofrecerle su polla, siempre tan dura, como mármol hirviendo.
Y no era para menos. Simplemente la vista de aquel cuerpo tan hermoso, reflejado en el espejo, con las piernas abiertas mientras sus delicados dedos frotaban el clítoris al ritmo de sus gemidos, era como para reventar las venas, que hinchaban, irremisiblemente, la masa cavernosa y roja de su pene.
Mas, esa fue la tercera vez, cuando él al fin se corrió tras penetrarla con delicadeza, pero con una dureza extrema. Frente al espejo, bailaron los pies femeninos en el aire con cada embestida, mordieron los dientes en los hombros y arañaron las uñas los lunares de la espalda.
Pero antes, ya había conseguido elevarla al olimpo de dos orgasmos más. La primera, y para ir calentando la tarde, con un simple 69, que él comenzó al revés, poniéndola boca abajo, frotándole la polla en la nuca y atacando su coño por el sendero del ano, levantándole un poco las caderas y abriendo los labios vaginales con los dedos, para hacerle una comida, llena de nuevas sensaciones. Tras esto, se volvieron a colocar en la postura normal del 69, y así, a golpes de lengua, ella se corrió por primera vez.
Sólo tardaron, lo que el ritmo cardíaco necesitó para normalizarse en volver a comenzar. Esta vez quiso verla masturbarse, mientras, con la polla, golpeaba sus pezones y, alternativamente, la metía y sacaba de su boca. Al lado de la cama, de pie, la veía meterse los dedos mientras su palpitante carne luchaba por no derramarse tan pronto. Y era para hacerlo, pero él quería darle más aún, subió al catre y, apoyándose en el cabecero, la colocó a cuatro patas, la penetró suave (siempre le gustaba hacerlo así), para ir aumentando la cadencia de los movimientos; aprovechando el apoyo a sus espaldas, bombeó tan rápido como un vibrador; sentía los testículos golpear sus nalgas, las cuales se movían a un ritmo alocado. Ella tenía la cabeza hundida en el colchón, ofreciendo aquel inmenso pozo a su incontenible deseo. Aún no sabe como pudo controlarse para no correrse, pero lo cierto es que aguantó, se mordió los labios, la lengua y contrajo todo su ser, mas logró verla gritar de placer mientras gozaba de su segunda corrida.
Este segundo orgasmo hizo temblar la habitación del hotel. Todo vibraba y hasta el aire gimió. De nuevo, sólo necesitaron unos minutos para reanudar el juego, y en ese preciso instante fue cuando ella pronunció la frase que acaparaba su sueño: no, no, para, por favor, cariño. Sin embargo, él sólo le hizo caso a medias, le dio más tiempo, sí, pero prosiguió sin descanso. Probaron una semipenetración encima del pequeño escritorio que había en el rincón; siguieron jugando y jugando hasta que ella le habló del espejo que cubría el armario, situado a los pies de la cama. Ahí se incendiaron totalmente las sábanas, el suelo y las paredes, el cristal se tornó en púrpura y se rasgó el tiempo cuando, en gritos acompasados, se corrieron al unísono.
Al despertar, tras las tiernas caricias proclamando la nueva mañana, su sueño aún humedecía el deseo, motorizando otra vez sus manos, mas ella le dijo: ¡eh, para, que parece que solamente hemos venido a follar ! ja ja ja ja. Ambos sabían que no era así.
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© Darío Fox, 2008.-