EL DESPERTAR DE LESBOS



Nunca pensó que un simple roce le supusiese tanto. Muchas veces imaginó lo que sentiría al contacto de otra piel femenina. Hacía ya mucho tiempo que huía del áspero tacto de su marido.
Aquella fría noche subió las escaleras con la intención de gozar de su ducha diaria en triste soledad. Abrió la puerta del baño y la vio: ella estaba sentada en el bidet, unas braguitas diminutas se enrollaban en sus delicados tobillos. Tardíamente, recordó que aquella guapa y morena mujer que limpiaba su casa aún no se había marchado.
No pudo reaccionar y, petrificadas las dos, sólo ambos pares de ojos parecían tener vida, se clavaron unos en los otros, como tantas veces, denunciando promesas de placeres ocultos.
Laura -que así se llamaba la doncella- se levantó sensualmente y muy queda. A ella le faltaba el oxígeno y no encontraba el aliento. Vio cómo se le acercaba muy lenta, y tomándole la mano le susurró:
-Por favor, mi señora, no tenga miedo y aparte todos los perjuicios.
Sumisamente, sintió cómo resbalaban por su piel todas sus prendas hasta besar el suelo.
El primer roce fue cual la sacudida cruenta de un maremoto, sí, pues humedeció el espacio y el tiempo en todo su sentir. Sus labios de canela sobre los suyos de almíbar; la punta de su lengua le nubló todos los sentidos, mientras que su cuerpo inevitablemente se licuaba. Aquellos dos duros dardos de deseo, sus pezones, se hundieron en los suyos que fuego palpitaron.
Como en cámara lenta, entretejieron pieles, salivas y gemidos, se le abrieron las puertas del más profundo anhelo a lomos de unos dedos que hurgaban y quemaban sus entrañas. Todo transcurrió en plena levitación mental y carnal, un sueño de placer que la llevó a saborear, lamer, devorar, ser devorada y gozar de una erupción nunca imaginada.
¡ Cuánta delicadeza brotando en la pasión !
¡ Cuánto tiempo escondida tan gloriosa verdad !
Así supo la razón por la cual Laura nunca le hubo pedido un aumento de sueldo…
Cuando amaneció y el día fue realmente día, las dos empaquetaron sus cosas, su pasado y su neceser de vida. Atrás sólo quedó el olor a mujer, que no lo fue hasta esa bendita noche de luz y redención.
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© Darío Fox, 2007.-